Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Isabel de la Trinidad: El cielo en la tierra


Desde el momento de la profesión religiosa de santa Isabel de la Trinidad, en sus cartas y en los demás escritos comienza a manifestar una idea en la que seguirá profundizando hasta el momento de su muerte: Isabel transmite el gozo de vivir ya un anticipo del cielo, gozando de la intimidad con Dios. 

Ella ha descubierto que lo importante no es «sentir» a Dios, sino unirnos a él por la fe y el amor: «Usted ya conoce mi nostalgia del cielo, una nostalgia que no mengua. Pero yo vivo ya ese cielo, porque lo llevo dentro de mí. Y en el Carmelo uno tiene la impresión de estar ya muy cerca de él» (Cta 111).

Lo dice muchas veces y de muchas maneras, pero posiblemente esta sea su formulación más lograda: «Llevamos el cielo dentro de nosotros, pues el mismo Dios que sacia a los bienaventurados con la luz de la visión se entrega a nosotros por la fe y el misterio. ¡Es el mismo Dios! Creo que he encontrado mi cielo en la tierra, pues el cielo es Dios y Dios es mi alma. El día en que comprendí esto, todo se iluminó en mi interior» (Cta 122). 

«Gozar anticipadamente el cielo en la tierra», permanecer siempre unida a Dios, viviendo su vida, compartiendo su amor. Según Isabel, esa es su vida y la de todas las carmelitas: «Este es el secreto de la vida en el Carmelo: la vida de una carmelita consiste en vivir unida a Dios de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. Si él no llenase nuestras celdas y nuestros claustros, ¡qué vacíos estarían! Pero nosotras le descubrimos en todas las cosas, pues le llevamos dentro, y nuestra vida es un cielo anticipado!» (Cta 123). 

Pero esa vida no está reservada solo a las religiosas, Isabel afirma que es también para los seglares: «En la montaña del Carmelo, sumergida en el silencio, en la soledad y en una oración que nunca acaba, pues se prolonga en todo lo que hace, la carmelita vive ya como en el cielo: “solo de Dios”. El mismo Dios que un día será su felicidad y que la saciará en la gloria, se entrega ahora a ella. […] ¿No es esto el cielo en la tierra? Pues ese cielo, querida Germanita, tú lo llevas dentro de tu alma» (Cta 133).

Cuando Isabel se encontraba muy enferma y todos sabían que fallecería pronto, su hermana le pidió que escribiera para ella un resumen de las ideas espirituales que tantas veces habían compartido. Isabel redacta un tratadillo titulado «El cielo en la fe», que comienza comentando un texto del evangelio en el que Jesús manifiestan su deseo de que los que creen en él compartan su gloria en el cielo (cf. Jn 17,24). 

Así lo comenta ella: «Jesús quiere que donde está el estemos también nosotros, y no solo durante la eternidad, sino ya ahora en el tiempo, que es la eternidad ya comenzada y siempre en progreso» (El cielo 1). 

Para Isabel, vivir anticipadamente el cielo es posible. Basta con permanecer siempre unidos a Jesús, tenerle presente en todo momento, hacerlo todo unidos a él: «Permaneced en mí, no por unos momentos, por unas horas pasajeras, sino “permaneced” de forma permanente, habitual. Permaneced en mí, orad en mí, adorad en mí, amad en mí, sufrid en mí, trabajad, obrad en mí. Permaneced en mí para tratar con las personas y con las cosas, entrad cada vez más adentro en esta profundidad» (El cielo 3).

La fe nos hace pregustar anticipadamente lo que esperamos: «La fe nos da tal certeza de los bienes futuros y nos los hace tan presentes, que, por medio de ella, esos bienes toman ser en nuestra alma y subsisten en ella aun antes de que los disfrutemos. […] La fe nos da a Dios ya en esta vida, aunque, es cierto, cubierto con el velo con que ella lo cubre, pero al mismo Dios» (El cielo 19).

Poco antes de morir, vuelve a desarrollar estas ideas: «Mi alma es un cielo donde yo vivo esperando la Jerusalén celestial» (Ejercicios 17). Ella quiere anticipar en la tierra la que será su misión en el cielo: alabar a Dios y vivir de amor: «¿Cómo podré imitar yo en el cielo de mi alma esa labor incesante de los bienaventurados en el cielo de la gloria? ¿Cómo podré yo prolongar esa alabanza y esa adoración ininterrumpidas? […] Vivir arraigados y cimentados en el amor: esa es, a mi entender, la condición necesaria para cumplir dignamente el propio oficio» (Ejercicios 17).

Tomo este texto de mi libro: Santa Isabel de la Trinidad, vida y mensaje, editorial Monte Carmelo, Burgos, 2016. Tienen aquí la reseña de la editorial.

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