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jueves, 28 de septiembre de 2017

Quienes acusan de herejía al papa Francisco ya acusaron antes de lo mismo a Juan Pablo II y a los otros papas posteriores al Concilio Vaticano II


El fin de semana pasado se hizo público un documento firmado por 40 estudiosos, investigadores, periodistas y blogueros en el que se sostiene que el Papa Francisco ha propagado 7 «proposiciones heréticas». Muchos sitios tradicionalistas lo han recogido y de momento el número de los firmantes va por unos 150.

En el texto se afirma que «por medio de palabras, actos y omisiones y por medio de pasajes del documento “Amoris laetitia”, Su Santidad ha sostenido, directa o indirectamente (con cuál y cuánta conciencia no lo sabemos ni pretendemos juzgarlo), las siguientes proposiciones falsas y herejes, propagadas en la Iglesia tanto con el público oficio como con actos privados». 

Sigue el elenco de 7 afirmaciones que el papa nunca ha pronunciado literalmente, pero que ellos deducen de las intervenciones del pontífice.

Más adelante afirman: «Todas estas proposiciones contradicen verdades que son divinamente reveladas, y que los católicos deben creer con el asentimiento de la fe divina […]. Pretendemos denunciar las proposiciones que las palabras, hechos y omisiones de Su Santidad, tal como ya fueron descritas, han efectivamente apoyado y propagado, para grave e inminente peligro de las almas». 

En el mundillo religioso se está dando mucha importancia a este documento y no son pocos los sacerdotes y fieles que piensan que los firmantes del mismo tienen razón y contraponen las enseñanzas de Francisco a las de san Juan Pablo II, olvidando que el papa polaco fue acusado por las mismas personas de las mismas cosas y de muchas más.

En realidad, estas personas no están en contra de Francisco, sino del concilio Vaticano II, que admitió la libertad de conciencia y abrió el camino para el diálogo ecuménico e interrreligioso, por lo que han acusado de cosas similares a todos los papas del postconcilio. 

De hecho, esta gente publicó en su momento unas pretendidas “investigaciones periodísticas” que demostraría que san Juan XXIII era masón.

Pablo VI también recibió en su momento 487 acusaciones de “herejía, cisma y escándalo”. 

Juan Pablo II fue acusado en vida por algunos de los firmantes de este documento y otros que ya no viven de 101 «herejías». Y después de muerto siguieron profundizando en el argumento y se opusieron frontalmente a su beatificación.

Curiosamente, cuando algunos teólogos liberales enviaron una carta a Juan Pablo II acusándole de excesivo centralismo, de impedir la libertad de estudio en la Iglesia y de cosas similares, salieron en su defensa algunos que después se declararon en contra suya por sus gestos de apertura hacia los cristianos no católicos, hacia los judíos y hacia los miembros de otras religiones.

Benedicto XVI también fue acusado por los mismos círculos de “engañar y perpetrar una farsa”, especialmente con motivo de la beatificación de Juan Pablo II. Tanto él como sus predecesores fueron denunciados como “falsos profetas, traidores a la doctrina” e, incluso, de personificar “al anticristo”.

Por lo tanto, que acusen a Francisco solo de siete herejías no parece una cosa muy grave al lado de todas las acusaciones anteriores.

Lo que me da pena es la ingenuidad de algunos fervorosos católicos que dan credibilidad a estas acusaciones sin fundamento. Incluso un sacerdote al que yo conozco publicó en su cuenta de facebook que en algunos temas Francisco decía lo contrario de Juan Pablo II, por lo que quizás sus acusadores tenían razón.

Las acusaciones hechas a los últimos papas tienen todas muchos aspectos comunes. Los acusadores siempre dicen que lo hacen porque aman la Iglesia y por el bien de los fieles. También afirman que se sienten en la obligación moral de denunciar los errores del papa de turno para salvaguardar la tradición de la Iglesia (de la que ellos se consideran los legítimos propietarios).

Siempre nos encontramos con personas que aman la liturgia de otra época, la moral de otra época, la teología de otra época, las seguridades que entonces se tenían y ya no se tienen.

Pero los cristianos no podemos quedarnos anclados en el pasado. Creemos en Jesucristo, que «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Heb 13,8), pero siempre podemos comprender mejor su mensaje y profundizar en los contenidos de nuestra fe.

Durante siglos hemos admitido como normal la esclavitud y la sumisión de la mujer, y lo hemos justificado con citas de la Biblia. Hoy comprendemos que esas ideas iban contra el mensaje de Jesucristo y que estábamos equivocados. Lo mismo se puede decir en otros ámbitos (la libertad de conciencia y de culto, la democracia, la persecución de los herejes con las armas, etc.).

Por lo tanto, la Iglesia puede profundizar en el mensaje revelado y actualizar su presentación. No se trata de adaptar la doctrina al pensamiento del mundo, sino de comprenderla mejor, dejando opiniones que en otros tiempos parecían válidas, pero que no lo son.

El papa Francisco está ayudando a la Iglesia a poner su atención en lo esencial, a abandonar prácticas e ideas que podían ser muy bonitas, pero que no son evangélicas, a buscar con sinceridad la voluntad de Dios aquí y ahora.

No dejemos que las intervenciones de algunos grupos reaccionarios nos turben ni nos quiten la paz.

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