Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 17 de enero de 2017

El sábado judío, memoria de la creación


El pueblo hebreo asumió de su entorno la medida del tiempo en semanas de siete días, a las que dieron gran importancia religiosa.

En el relato de la creación de Génesis 1, la obra de Dios se articula en el marco cronológico de una semana, comenzando el día primero con la creación de la luz y culminando el día séptimo con el descanso del Señor. Los judíos encontraron allí el fundamento religioso del reposo sabático: 

«Acuérdate del sábado para santificarlo. Durante seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu ciudad. Pues en seis días el Señor hizo el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó» (Éx 20,8-11).

Según este precepto, el hombre necesita trabajar para procurarse el sustento. Pero debe parar de trabajar para comprender que ni su vida ni su bienestar dependen únicamente de su esfuerzo. De esta forma se le revela que Dios es el único creador y el ser humano es solo un colaborador suyo. Comprende que la tierra y las cosas no le pertenecen, sino que las ha recibido prestadas. Aunque el hombre deje de trabajar un día, la tierra continúa su ritmo, porque es Dios quien la mantiene. 

El día de descanso permite al hombre comprender el sentido verdadero del trabajo: con su actividad, se convierte en colaborador de Dios, del que (en último término) recibe todos los bienes. El sábado, la interrumpe para dar gracias al Señor, que le regala la vida y los bienes y le permite colaborar con él en la transformación de la creación. 

Así lo interpreta la Escritura cuando afirma que Dios bendice la obra del hombre, pero la obra del hombre sin Dios es inútil: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas. Es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros sudores: ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!» (Sal 127 [126],1-2).

Al relacionar el precepto del descanso sabático con el relato de la creación, la Biblia nos dice que hay una continuación natural entre la creación y la alianza, entre la primera obra de Dios y las sucesivas.

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