Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 18 de noviembre de 2016

El simbolismo de san Juan de la Cruz


Mañana, si Dios quiere, tengo una jornada de retiro en el convento de la Plaza España de Madrid, organizado por el Carmelo seglar y abierto a todos los que quieran participar. Hablaremos del Cántico Espiritual de san Juan de la Cruz y analizaremos el riquísimo simbolismo del poema.

San Juan de la Cruz es consciente de que el lenguaje conceptual que usamos ordinariamente es insuficiente para explicar las experiencias más profundas del ser humano: 

     «Para las cosas interiores y espirituales comúnmente falta el lenguaje» (Llama, prólogo). 

De hecho, la madre transmite su cariño al hijo recién nacido por medio de caricias, cantos y palabras que no tienen sentido en otro contexto. 

Lo mismo les pasa a los enamorados, que muchas veces encuentran en la poesía y en la música los mejores cauces para expresar sus sentimientos. 

Incluso Dios mismo, cuando quiere revelarse a los hombres, usa un lenguaje cargado de imágenes y comparaciones, tal como vemos en la Biblia y recuerda Juan de la Cruz: 

     «En los divinos Cantares de Salomón y en otros libros de la divina Escritura, no pudiéndose dar a entender la abundancia de su sentido por términos vulgares y usados, el Espíritu Santo habla misterios en extrañas figuras y semejanzas» (Cántico, prólogo).

También los místicos, a medida que avanzan en el encuentro con el misterio, se sienten incapaces de explicar con palabras lo que están viviendo. Así afirman que «sienten» o «gustan» a Dios, pero no que lo «conocen» o que lo «entienden». 

En algunos casos esto les lleva al apofatismo, al silencio reverente, porque se sienten incapaces de hablar de lo que no comprenden. 

Pero hay quienes, por el contrario, tienen la necesidad de testimoniar lo que han vivido, aunque para ello tengan que luchar con el lenguaje, inventando palabras nuevas y formas de expresión originales. 

Santa Teresa de Jesús es testigo de que una cosa es tener una experiencia sobrenatural, otra es entender lo que se está viviendo y una tercera saber comunicarlo a los demás. Ella vivió las tres de una manera progresiva. 

San Juan de la Cruz se encuentra entre los que desean comunicar su experiencia con el fin de introducirnos en ella. Para conseguirlo, en primer lugar usa la poesía:

     Entréme donde no supe
     y quedéme no sabiendo
     toda ciencia trascendiendo. 

     […] Cuanto más alto se sube
     tanto menos se entendía
     que es la tenebrosa nube
     que a la noche esclarecía;
     por eso quien la sabía
     queda siempre no sabiendo,
     toda ciencia trascendiendo. 

     […] Y si lo queréis oír
     consiste esta suma ciencia
     en un subido sentir
     de la divinal esencia.
     Es obra de su clemencia
     hacer quedar no entendiendo
     toda ciencia trascendiendo.

En segundo lugar se sirve de imágenes (tanto en la poesía como en los comentarios en prosa), con las que intenta compartir su comprensión del mundo y de la vida. 

Es consciente de la profundidad de su experiencia mística y por eso insiste en la dificultad que encuentra para comunicarla, ya que las palabras normales no le sirven. 

Por eso usa los símbolos, que representan algo que va más allá de su significado inmediato y que, en una sola palabra, remiten a una plenitud de sentido. Los más complejos concentran en sí una interpretación de la existencia y del universo. 

San Juan directamente confiesa los límites de la razón discursiva en su esfuerzo por compartir lo que siente, y reconoce que todo lo que consigue apenas es un balbuceo:

     «Por cuanto estas canciones parecen haberse escrito con algún fervor de amor de Dios […], sería ignorancia pensar que los dichos de amor e inteligencia mística, cuales son los de las presentes canciones, con alguna manera de palabras se pueden bien explicar […]. Porque, ¿quién podrá escribir lo que a las almas amorosas donde Él mora hace entender? ¿Y quién podrá manifestar con palabras lo que las hace sentir? Y ¿quién, finalmente, lo que las hace desear? Cierto, nadie lo puede; cierto, ni aun ellas mismas, por quien pasa, lo pueden; porque esta es la causa por que con figuras, comparaciones y semejanzas, de la abundancia del espíritu vierten secretos y misterios, y antes rebosan algo de lo que sienten, que con razones lo declaran» (Cántico, prólogo).

El símbolo más usado por san Juan de la Cruz es el nupcial. Lo toma de la Biblia, ya que desde Oseas todos los profetas presentaron a Dios como un esposo, a su pueblo como una esposa y los pecados de idolatría como adulterios. A la luz de la tradición profética, el primer milagro de Jesús en las bodas de Caná es un signo esponsal, que anuncia la llegada del momento tan deseado en el que Dios había de revelar su amor, manifestándose como esposo tierno y fiel. El banquete de bodas al inicio de la vida pública de Jesús anuncia la Eucaristía y el banquete de las bodas del Cordero al final de los tiempos. 

San Juan usa este trasfondo bíblico para releer en clave cristológica el Cantar de los cantares, que narra los amores del rey Salomón con su joven esposa y que canta las distintas fases de una relación humana, en la que hay momentos de enamoramiento, de seducción, de entrega apasionada, de alejamiento, de búsqueda, de retomar la relación, de serenidad... 

Lo completa con elementos de la tradición greco-romana y de la poesía medieval y renacentista. 

La imagen esponsal le permite hablar de sí, de Dios y de la relación que se establece entre ambos, presentada como un proceso. 

Junto al anterior, san Juan desarrolla otro símbolo que también le sirve para englobar toda su experiencia espiritual (la búsqueda, la ausencia, la incomprensibilidad de Dios, el pecado del hombre, la purificación, el encuentro…); es el de la noche, en torno al cual giran las imágenes complementarias de luz, oscuridad, tiniebla, llama, fuego, lámparas y tantas otras.

Él sabe que sus escritos adquieren cierta autonomía una vez que los pone en circulación y da libertad a sus lectores para que no se encierren en la interpretación que él mismo ofrece de sus símbolos. 

No obstante también intuye que pueden ser mal leídos y mal interpretados, por lo que advierte de la necesidad de respetar su intención original al escribirlos (basta acercarse a las numerosas interpretaciones eróticas y esotéricas que algunos hacen de sus poesías para darnos cuenta de que sus advertencias no son tenidas en consideración): 

     «Las cuales semejanzas, no leídas con la sencillez del espíritu de amor e inteligencia que ellas llevan, antes parecen dislates que dichos puestos en razón» (Cántico, prólogo).

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