Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 24 de febrero de 2016

monasterio de santo Domingo de Silos


El monasterio benedictino de Silos es famoso en el mundo entero por su hermoso claustro románico (que pueden ver en la foto de arriba) al que cantó un poeta:

Tus arcos y capiteles infatigables,
¿quién los hizo?, ¿poeta o escultor?
... ¿o bajaron los ángeles del cielo
con los planos ya trazados del Señor?

El monasterio actual es del año 1041, aunque se edificó sobre otros edificios anteriores y se amplió y embelleció varias veces a lo largo de los siglos. Además del claustro, son muy famosos también el museo, la botica, la biblioteca y los cantos gregorianos de sus monjes. Tendremos ocasión de visitarlo en la peregrinación del 5 al 12 de septiembre.

Pueden escuchar a los monjes de Silos cantando aquí. Pueden visitar la web del monasterio aquí.

Gerardo Diego dedicó un bello soneto al centenario ciprés del claustro. Muchos otros poetas le han cantado después de él, pero el más famoso es el suyo:

Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,

como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.

No es menos impresionante la también centenaria secuoya del Canadá que se encuentra junto a la entrada principal del monasterio. Joaquín Luis Ortega le dedicó algunos poemas, entre los que destaca el titulado «La secuoya que quisiera ser ciprés».

Un, dos, tres.
La secuoya y el ciprés.

Los dos en el monasterio,
ella fuera y dentro de él.
La primera está en la puerta
y el segundo en el vergel.
La secuoya tiene celos
del enclaustrado ciprés,
de su porte tan garboso,
de su talle de doncel,
de que se mire en la fuente
y hable con un capitel,
de que, llegada la noche,
duerman las aves en él.

Un, dos, tres.
La secuoya y el ciprés.

La secuoya, que es más alta,
alcanza a ver al ciprés.
Por encima del tejado
le mira el haz y el envés.
¿Acaso le falta a ella
algo que le sobre a él?
Sus ramas son más frondosas,
su tronco de más poder,
sus raíces más añosas
y se secarán después.

Un, dos, tres.
La secuoya y el ciprés.

¡Si pudiera la secuoya
cambiarse por el ciprés!
Quizá, plantada en el claustro
–dentro ella y fuera él–,
le saliera algún poeta
como le salió al ciprés.
¿Habrá quien le haga un soneto
como el que le hizo al ciprés
aquel don Gerardo Diego,
tan cristalino y cortés?
Un, dos, tres.
La secuoya y el ciprés.

Por topar con un poeta
y desbancar al ciprés,
¿qué no haría la secuoya,
tan coqueta como es?
Lavaría su ramaje,
peinaría su altivez
y, si mucho le apretaran,
se volviera del revés.
¿Habrá quien le haga un soneto
para evitarle el traspiés?

Un, dos, tres.
La secuoya y el ciprés.
Los dos árboles de Silos
que con Silos hacen tres.

A continuación les pongo algunas fotos del ciprés, de la secuoya, del exterior del monasterio, de la iglesia, de la botica, de la biblioteca y de algunos detalles artísticos.









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