Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 30 de enero de 2016

Ved cómo se aleja, abriéndose paso...


El evangelio de este domingo concluye diciendo que todos «se pusieron furiosos y lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba». Les ofrezco un poema de Eugenia Domínguez, que ella acompaña con un comentario al evangelio de hoy en su blog (que pueden consultar aquí). Dice así:


Ved cómo se aleja, abriéndose paso
entre los ciegos y sordos de esta aldea
para siempre bendita, Nazaret,
donde creció Jesús, el carpintero,
el hijo de María y de José,
el mismo que hoy acosan y persiguen,
pues quieren acabar con esa vida
que descoloca las piezas
de oxidados ajuares.

Venid a ver cómo camina
entre los vocingleros, sus paisanos,
que no permiten que nadie destaque
en esa tibia, turbia, turba infame
para tibios, turbios, infames corazones,
incapaces de aceptar a un Mesías
que proclama el perdón, la libertad,
la igualdad, el amor, la buena nueva.

"Despeñémosle precipicio abajo
–dicen iracundos–  acabaremos
con la historia de nuestra salvación,
y a vivir, que son dos días
antes de la noche eterna.
Vamos a tirarle por el barranco,
que no venga con pamplinas
ese rabí tan raro, ese Jesús…

Qué manía de proteger la escoria:
que si los pobres, que si las prostitutas,
viudas, enfermos, locos, pecadores,
todos esos inútiles que estorban...

 Que venga otro más fácil de seguir,
sin renunciar a las comodidades
que nos hemos ganado, no pretenda
alterarnos el orden. Que nos diga
lo que queremos oír, por ejemplo:
que somos los únicos, los buenos, los mejores,
escogidos por un Dios especial
que ama a Israel, y solo a Israel.

A qué esperamos, acabemos con él,
que no moleste más ese rabí
tan manso que se va, abriéndose paso,
tan manso... 

Aunque tiene toda la luz del mundo
en los ojos, que miran impasibles,
y voz de eternidad en cada sílaba
que pronuncia. Mirad cómo se aleja
de nosotros, ¿los únicos?, ¿los buenos?

...

se aleja sereno, sin decir nada,
dejándonos la ira en la garganta,
como el amargo, ¡ay!, mudo y amargo,
desesperado grito de Caín".

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