Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 3 de junio de 2015

pila bautismal de santa Teresa de Jesús


Como decíamos ayer, hoy pasaremos todo el día en Ávila, ciudad amurallada que recuerda a santa Teresa en todos sus rincones. En otras ocasiones he hablado de la ciudad, de su catedral, de su casa natal, etc. Hoy les hablo de la iglesia parroquial de San Juan.

El templo, inicialmente rómanico, fue reformado en el siglo XVI con estilo herreriano en cabeceras y capillas y con estilo gótico en el resto. Además de la pila bautismal de santa Teresa, podemos contemplar la capilla dedicada a la Virgen de las Angustias. En estos días es una de las sedes de la exposición de las Edades del Hombre sobre santa Teresa maestra de oración.

Allí fue bautizada santa Teresa el 4 de abril de 1515. Allí también están enterrados sus padres, D. Alonso de Cepeda y Dña. Beatriz de Ahumada.

Para reflexionar, les propongo un texto tomado del "libro del peregrino" que ha preparado la comisión del V centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús.

¡En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo! ¡Cuántas veces me he santiguado en Tu Nombre, sin ni siquiera darme cuenta de lo que decía! Y ahora, aquí, frente a la pila bautismal, esas palabras resuenan como un eco que trasciende el tiempo y el espacio. Son las mismas palabras que el sacerdote pronunció en el momento de verter el agua bautismal sobre mi cabeza.

¡Pensar que desde ese instante las tres Personas de la Trinidad estáis conmigo! No consigo entender la inmensidad de este Misterio. Aún así, percibo que desde entonces Tú nunca te has separado de mí, si bien pocas veces me he dado cuenta de ello. Y me diste la condición de hijo tuyo, es decir, pronunciaste sobre mí esas palabras tan llenas de verdad: “tú eres mi hijo amado, mi predilecto”.

¿Qué significa que ser hijo de Dios? Que junto con el don de la vida me aseguras tu amor y cercanía durante toda mi existencia; que deseas mi felicidad más que yo mismo; y que si yo no me alejo de ti, no dejarás nunca de darme tu paz y tu alegría.

Porque en el bautismo me has hecho una criatura nueva, y me has dado ya el don de participar en la resurrección de Jesucristo. Por todo ello hoy te doy gracias. Pero también te pido perdón por no haber aprendido todavía a vivir como hijo tuyo, con la alegría de saber que ya me has dado el gran don de la resurrección.

Quiero comprometerme, Señor, a vivir cada día como un verdadero hijo tuyo. ¡Cuento con tu ayuda!

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