Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 23 de abril de 2015

“Miro como desde lo alto”: Teresa de Jesús y la libertad


Les presento un artículo escrito por el P. Juan Antonio Marcos titulado “Miro como desde lo alto”: Teresa de Jesús y la libertad. Es un escrito fenomenal, que ayuda a comprender el pensamiento de la santa y la originalidad de su mensaje para su época y para la nuestra.


Es posible que la vigencia y actualidad del mensaje de Teresa de Jesús, en los albores de este siglo XXI, sea más extensa y más amplia de lo que nunca antes lo había sido. 


Porque, si en otros tiempos su presencia fue más intensa, dicha intensidad estaba circunscrita, en puridad, al ámbito de lo doctrinal y espiritual y devocional. 

Solo en el pasado siglo XX comenzaron a salir a la luz estudios históricos y literarios relevantes, ensanchando la perspectiva mística y espiritual del estudio de santa Teresa, y liberando sus escritos del secuestro al que los espirituales habían sometido a esta mujer que, por otra parte, tanto se resistió en vida a perder su preciada libertad.

Y no conviene soslayar, a la hora de hablar de la libertad teresiana, los condicionantes frente a los que tuvo que luchar, aquellos que amenazaban sus anhelos de autonomía a la hora de escribir, tales como: ser orante (en un mundo de sospechas generalizadas frente a los espirituales); de origen judeo-converso (en un mundo obsesionado con la limpieza de sangre); lectora empedernida (en un mundo de analfabetismo generalizado, y de sospechas frente a la cultura); y mujer (en un mundo antifeminista). “Basta ser mujer para caérseme las alas” (V 10,7) se quejará Teresa amargamente. 

Ante todo mujer, sobre todo mujer. Esta fue su queja más continua, confesada, resentida y desazonada.

Desasimiento y libertad. La verdadera libertad para Teresa es la que se experimenta frente a uno mismo y frente a las cosas y frente a los demás: el no estar apegado a nada es aquí la clave. 

En primer lugar, libertad frente a uno mismo, porque “no hay peor ladrón” (C 10,1) dirá la Santa, que uno mismo. 

Criticando los cuidados excesivos (y hasta intensivos) por la propia salud afirma con no poca ironía, y dirigiéndose a sus compañeras religiosas: "Y no nos ha venido la imaginación de que nos duele la cabeza, cuando dejamos de ir al coro -¡que tampoco nos mata!-, un día porque nos dolió, y otro porque nos ha dolido, y otros tres porque no nos duela" (CE 15,4).

Libertad también frente a las “cosas”, que quitan “esta santa libertad de espíritu” (C 10,1). Esas cosas que tantas veces nos ciegan y roban nuestra autonomía, dejándonos “como una persona que estuviese del todo atada y liada y tapados los ojos, que aunque quiere ver, no puede” (CC 21,2). 

En ambos casos, el remedio o receta teresiana para liberarse tanto del ego como del apego a “las cosas” lo planteará en clave positiva (“volverse a Dios”), y lo hará apelando a la esfera de los “pensamientos” como primer ámbito terapéutico: "Gran remedio es para esto traer muy continuo en el pensamiento la vanidad que es todo y cuán presto se acaba, para quitar las afecciones de las cosas que son tan baladíes y ponerla en lo que nunca se ha de acabar; y aunque parece flaco medio, viene a fortalecer mucho el alma, y en las muy pequeñas cosas traer gran cuidado; en aficionándonos a alguna, procurar apartar el pensamiento de ella y volverle a Dios, y su Majestad ayuda" (C 10,2).

Libertad, finalmente, frente a los otros: “No consintamos, ¡oh hermanas!, que sea esclava de nadie nuestra voluntad, sino del que la compró por su sangre” (C 4,8). Solo esta atadura está permitida, y lo está porque es la única fuerza liberadora: es el vínculo divino el único que no solo no esclaviza, sino que potencia lo mejor de la libertad humana.

Audacia y determinación. La audacia y osadía teresianas se extienden a todos los ámbitos de la vida: en lo interior, en su aventura espiritual o mística; y en lo exterior, especialmente en su aventura fundacional. 

La “muy determinada determinación de no parar… venga lo que viniere”, y digan lo que dijeren, es el eslogan de Camino de perfección. Pero es más, es mucho más. La “determinada determinación” empapa la vida entera de Teresa, concebida como todo un combate, una pelea: “pelead”, “no estáis aquí a otra cosa sino a pelear” (C 20,2). Se trata además de una actitud existencial: “De mi natural suelo, cuando deseo una cosa, ser impetuosa en desearla” (CC 3,4).

Teresa habla de una “santa osadía” (en C 41,4 habla de “santa libertad”), de audacia para vivir la vida. No es este, el camino de la vida, un camino que ahorre esfuerzos. No parece que Teresa creyera mucho en la cultura del sofá o del confort. 

Y esto se pone de manifiesto, en primer lugar, en la atención al espacio interior de la persona, donde la invitación a la oración aparece como la eterna melodía que resuena en cada página escrita por Teresa: "Y digo que importa mucho y el todo una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino" (C 21,2).

En el libro de las Fundaciones aparece también la audacia teresiana, pero ahora frente a dificultades externas: físicas, geográficas, económicas, de oposición ambiental… “No pongo en estas fundaciones los grandes trabajos de los caminos, con fríos, con soles, con nieves” (F 18,4). 

No hay obstáculos, ni interiores ni exteriores, ante los que Teresa haya retrocedido en su vida.

Humor y alegría. El humor teresiano aflora continuamente en ese reírse de sí misma, de la vida, de su propio lenguaje: “Riéndome estoy de estas comparaciones, que no me cuadran” (7M 2,11); “Riéndome estoy cómo él [su hermano Lorenzo] me envía confites, regalos y dineros, y yo a él, cilicios” (Cta. del 17-1-1577).

Y Teresa se ríe también de la Inquisición o del demonio, ante el que en cierto momento de su vida ya no siente ningún tipo de miedo. Y así, cuando entre en escena tal personaje, se burlará de él abiertamente: “Quiso el Señor entendiese cómo era el demonio; porque vi cabe mí un negrillo muy abominable, regañando como desesperado de que adonde pretendía ganar, perdía. Yo, como le vi, reíme, y no hube miedo” (V 31,4). 

Tampoco siente miedos ante la Inquisición, de la que se “ríe” sin complejos: “También comenzó aquí el demonio, de una persona en otra, procurar se entendiese que había yo visto alguna revelación en este negocio, e iban a mí con mucho miedo a decirme que andaban los tiempos recios y que podría ser me levantasen algo y fuesen a los inquisidores. A mí me cayó esto en gracia y me hizo reír”(V 33,5).

El contento interior y la alegría son también ingredientes claves de la espiritualidad teresiana. Ella habla de “alegría interior” (F 14,5), del “gozo interior” (7M 3,5; F 1,1; F 27,12). Incluso en medio de las enfermedades (tan continuas y obstinadas en esta mujer) siempre activó Teresa la alegría de vivir: “Todo lo pasé… con gran alegría” (V 6,2); “tenía males corporales más graves… los pasaba con mucha alegría” (V 30,8). 

Y al igual que san Juan de la Cruz, nos invita a encender el interruptor de la “alegría” desde el mismo comienzo de la aventura espiritual: "Procúrese a los principios andar con alegría y libertad; que hay algunas personas que parece se les ha de ir la devoción si se descuidan un poco" (V 13,1).

Si en un sentido, el ‘contento’ se puede vivir hacia dentro, también tiene una dimensión fundamental de alteridad, de apertura a los demás. Nos referimos al ‘dar contento a otros’: “Porque en esto me daba el Señor gracia, en dar contento adondequiera que estuviere” (V 2,8); “Porque en esto de dar contento a otros he tenido extremo…” (V 3,4). 

El contento y la alegría, a diferencia de otros recursos de la vida humana y del mundo de los hombres, no disminuyen al darse, sino que crecen. Como ocurre con el amor: “Y crece la caridad con ser comunicada” (V 7,22).

Tolerancia y mente abierta. Casi cerrando la obra de Camino nos encontramos con un sorprendente (para las mentalidades del sigo XVI) alegato contra el “pensamiento único”, y a la par, una poderosa invitación a la apertura de mente, a la tolerancia, que diríamos hoy en día. 

Los textos clave al respecto los encontramos en Camino, donde Teresa nos invita a “andar con una santa [sana] libertad”, ni ‘encogidos’ ni “apretados” (C 41,4). 

Detrás de sus palabras está una crítica abierta y contundente frente a toda experiencia de Dios que pase por una mentalidad cerrada y fundamentalista, de estrechez de miras. Por eso recomienda: “Así que no os apretéis, porque si el alma [la persona, la vida] se comienza a encoger, es muy mala cosa para todo lo bueno” (C 41,5).

En las mentalidades cerradas y fundamentalistas (si se nos permite el anacronismo léxico) hay, dirá Teresa: "Otro daño, que es juzgar a otros; como no va por vuestro camino, sino con más santidad [dice ella con no poca ironía]…, luego os parecerán imperfectos. Si tienen alegría santa [sana], parecerá disolución…, es muy de mala digestión [lo que se “digiere” mal, termina por hacer daño]…, y “pensar” [el “daño” se sitúa aquí en el ámbito del “pensamiento”] que si no van todos por el modo que vos, encogidamente, no van tan bien, es malísimo" (C 41,6).

A este respecto, léanse las diatribas de Juan de la Cruz contra la “ira espiritual” de algunos, los celosos de Dios, esos que se quieren apropiar de la virtud, esos que “se aíran contra los vicios ajenos con cierto celo desasosegado, notando a otros [señalándoles con el dedo]; y a veces les dan ímpetus de reprenderlos enojosamente, y aun hacen algunas veces, haciéndose ellos dueños de la virtud” (1N 5,2).

La tolerancia teresiana es además inseparable de una muy sana apertura mental. Y así, uno de los temas que salpica todas las obras teresianas es el de la pluralidad de caminos que recorren la vida: “Que hay diferentes caminos por donde lleva Dios” (C 5,5); “por muchos caminos lleva Dios las almas” (6M 7,12). 

La invitación en positivo de Teresa, que es piedra de toque y etiqueta de garantía de una fe adulta y de una mente abierta, reza así: “Mientras más santas, más conversables con sus hermanas…, ser afables y agradar y contentar a las personas que tratamos, en especial a nuestras hermanas” (C 41,7).

En defensa de la mujer. Hay al menos dos temas claves del universo sociorreligioso teresiano donde los argumentos apologéticos (“pro vita sua”) están muy presentes: la condición de “mujer” y el tema de la “oración mental”. 

Una preocupación sentida (y hasta resentida) por Teresa es la de su condición de mujer. Quizás estemos ante la clave más importante para comprender hoy muchas de las actitudes teresianas, dada la sociedad en la que le tocó vivir, donde sistemáticamente se despreciaba y menospreciaba a la mujer. Discriminación que estaba ya presente desde el nacimiento (cf. F 20,3).

Fray Juan de Salinas, uno más de la larga lista de aquellos que depusieron en los Procesos de beatificación de Teresa, dominico a la sazón que solo conocía a la madre Teresa de oídas, tras haberla tratado personalmente, y según nos cuenta el cronista, exclamó: “¡Oh, me habíais engañado, que decíais que era mujer; a la fe no es sino hombre varón y de los muy barbados”. Todo un elogio. 

Pero cuando el mejor piropo que se le puede dirigir a una mujer es el de llamarle varón barbado, no hace falta ser muy conspicuo para percatarse de las actitudes y mentalidades de toda una época. 

De ellas se quejará amargamente Teresa, en queja dirigida, indirectamente (en sutil disemia y ambigüedad), y a través de la imagen de la mariposilla (¡ella misma!) a Dios, el único que parece dispuesto a escucharla: "¡Oh, pobre mariposilla, atada con tantas cadenas que no te dejan volar lo que querrías! ¡Habedla lástima, mi Dios!" (6M 6,4).

Y recuérdense las no menos furibundas palabras de Teresa frente a los inquisidores de turno, palabras tachadas en el autógrafo de Camino que se conserva en El Escorial con trazos gruesos y molestos por el censor correspondiente: "¿No basta, Señor, que nos tiene el mundo [a las mujeres] acorraladas e incapaces para que no hagamos cosa que valga nada por Vos en público ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, sino que no nos habíais de oír petición tan justa? No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois justo juez, y no como los jueces del mundo, que como son hijos de Adán y, en fin, todos varones, no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa" (CE 4,1).

Frente a la Iglesia y sociedad que margina a la mujer, el mejor testigo que nos ha llegado es la anécdota del nuncio Felipe Sega, obispo de Piacenza, quien calificó a la madre Teresa de "fémina inquieta, andariega, desobediente y contumaz, que a título de devoción inventa malas doctrinas…, que anda enseñando, en contra de lo que mandó san Pablo…" 

La respuesta de Teresa a tan maliciosas palabras la tenemos en un principio hermenéutico proléptico, escrito siete años antes, en 1571, y que Dios, en su misteriosa presciencia, se lo había susurrado a Teresa al oído en respuesta anticipada a las palabras del nuncio (¡qué mejor argumento apologético que una audición divina!): "Diles que no se sigan por sola una parte de la Escritura, que miren otras, y que si podrán por ventura atarme las manos" (CC 16).

La respuesta de Dios (y no menos de Teresa) en realidad se podría (se puede) poner en singular, y la podemos redireccionar a un interlocutor concreto, al señor nuncio. Es como si Dios le dijera a Teresa: “Dile [al señor nuncio] que no se guíe por una sola parte de la Escritura, que mire otras, y que si podrá por ventura atarme las manos”. 

Es evidente que en el caso del señor nuncio no era a Dios al que quería “atarle” las manos, sino a Teresa. En virtud del recurso a la audición divina, es Dios mismo el que se identifica empática y realmente con la libertad teresiana, y esto de tal manera que robar esa libertad a Teresa (como a cualquier mujer) es robársela a Dios en persona. No importa la dignidad o “autoridad de estado” del ladrón en cuestión.

La pasión teresiana por la libertad, la grandeza de sus deseos, su determinación por afirmarlos y realizarlos, y el afán desmesurado por comunicarlos, siguen conservando su vieja fuerza después de cinco siglos de su nacimiento. 

Quizás esta sea la mejor razón para seguir leyendo y admirando lo escrito por esta mujer. 

Y al fondo siempre esa envidiable libertad que le llevó a mirar las cosas “como desde lo alto”, viviendo con una sana despreocupación frente a dimes y diretes: "Ahora ya, gloria a Dios, aunque muchos me murmuran y otros me dicen hartas cosas, muy poco se me da de todo. Por estar ya fuera del mundo y entre poca y santa compañía, miro como desde lo alto, y dáseme bien poco de que digan ni se sepa" (V 40,21-22).

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