Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 28 de febrero de 2021

El sacrificio de Isaac


La primera lectura de la misa de hoy cuenta que Abrahán estaba dispuesto a sacrificar su hijo Isaac, pensando que eso era lo que Dios le pedía. Reflexionemos un poco sobre este texto tan misterioso para comprender su significado.

Entre los pueblos primitivos, especialmente en Canaán, eran comunes los sacrificios humanos. Al asesinar a sus propios hijos, creían ofrecer lo mejor que tenían a sus dioses. La Biblia condena siempre de manera categórica este tipo de actos.

El relato del sacrificio de Isaac originalmente fue una catequesis contra los sacrificios humanos: Dios no quiere la muerte de los hijos ni de otros seres humanos, porque él es el autor de la vida.

En su redacción final, este relato se convirtió en una preciosa enseñanza sobre el amor a Dios antes que a sus obras y sobre la obediencia de la fe.

Las obras de Dios son sus dones: la paz, la bendición, el hijo de la promesa. Amar a Dios por encima de sus obras significa amarle por sí mismo, no por los dones que recibimos de él, que son muchos y siempre de agradecer. Es lo que dice el poema: «No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera». En esto, Abrahán es un modelo.

Dios pide a Abrahán que le entregue lo que él más quiere, el fruto de la promesa de Dios: «Toma a tu hijo, a tu hijo único, a tu hijo amado, a Isaac. Vete con él al monte Moria y ofrécemelo allí en holocausto» (Gén 22,2).

Abrahán, con el corazón roto, se pone en camino y se decide a obedecer, quedándose con el Dios de los dones antes que con el don de Dios.

Entonces, Dios le dice: «No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ya veo que obedeces a Dios y que no me niegas a tu hijo único... Todas las naciones de la tierra alcanzarán la bendición a través de tu descendencia, porque me has obedecido» (Gén 22,12ss).

Abrahán demostró que amaba a Dios por encima de todo y que se fiaba de él y Dios no defraudó su esperanza: «Por la fe, Abrahán, sometido a prueba, estuvo dispuesto a sacrificar a Isaac; y era su hijo único a quien inmolaba, el depositario de las promesas, aquel a quien se había dicho: “de Isaac te nacerá una descendencia”. Pensaba Abrahán que Dios es capaz de resucitar a los muertos. Por eso el recobrar a su hijo fue para él como un símbolo» (Heb 11,17-19).

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