Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 24 de noviembre de 2023

Jesucristo, rey del universo, nos invita a heredar su reino


El año litúrgico termina con la fiesta de Jesucristo, rey del universo.

Este año, en la misa del día, escuchamos las palabras de Jesús, que nos dice: «Venid, benditos de mi Padre, y heredad el reino preparado para vosotros desde antes de la creación del mundo» (Mt 25,34).

Este es el mensaje central de toda la liturgia cristiana: Dios tiene un proyecto eterno sobre nosotros, un proyecto previo a la creación del mundo, un maravilloso proyecto de amor. Hemos sido creados para heredar su reino, para participar de su vida, para heredar una bendición.

Con la fiesta de Cristo Rey termina el año litúrgico, y este es el mensaje que las celebraciones de todo el año nos han intentado transmitir.

En navidad celebramos que el Hijo de Dios se ha hecho hombre para buscar a la oveja que estaba perdida, tal como anuncia el profeta Ezequiel: «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas […] y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se dispersaron» (Ez 34,11ss).

Al contemplar su vida pública se nos anuncia que su predicación y sus milagros fueron la obra del Buen Pastor, tal como canta el salmo responsorial: «El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas» (Sal 23 [22]).

Su muerte en la cruz es la ofrenda de su propia vida para convertirnos en herederos del reino, tal como reza el prefacio de la misa del día: «Ofreciéndose a sí mismo como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumó el misterio de la redención humana».

Su gloriosa resurrección y ascensión al cielo es la apertura de las puertas del paraíso, tal como recuerda san Pablo: «Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos, como primicia» (1Cor 15,20).

Las celebraciones anuales en memoria de los santos son un testimonio de que una muchedumbre nos precede y nos espera en el reino.

Definitivamente, estas pocas palabras condensan toda la liturgia de la Iglesia: «Venid, benditos de mi Padre, y heredad el reino preparado para vosotros desde antes de la creación del mundo».

El terrible drama que se plantea es que Dios ha preparado para nosotros su reino y quiere acogernos en él desde toda la eternidad, pero respeta nuestra libertad, no nos fuerza, por lo que podemos acoger o rechazar su ofrecimiento.

Si escuchamos sus palabras y nos revestimos de sus sentimientos de compasión y misericordia, visitando a los enfermos, compartiendo lo que tenemos con los necesitados, acogiendo a los emigrantes, alimentando a los hambrientos… las puertas del reino se nos abrirán automáticamente.

Pero si, por el contrario, nos cerramos ante el sufrimiento de los hermanos, nos desinteresamos de sus problemas, nos encerramos en nuestro egoísmo, nos estamos autoexcluyendo del reino.

A veces (me da vergüenza reconocerlo) me canso de intentar ser bueno. La liturgia del día de Cristo Rey me invita a superar las dificultades poniendo la mirada en la meta de nuestro caminar: el encuentro con Cristo y sus promesas de vida eterna.

Como conclusión: "A la tarde te examinarán en el amor" (san Juan de la Cruz). El Señor me conceda no olvidarlo nunca. Amén.

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