Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 9 de mayo de 2014

San Jorge Preca (1880-1962)


Hoy es la fiesta del sacerdote terciario carmelita san Jorge Preca, del que ya he hablado y recogido las oraciones de la misa aquí. Hoy presento un escrito suyo, tomado del Oficio de Lectura del día:

"Grandes y admirables son tus obras, Señor Dios omnipotente; justos y verdaderos tus caminos, rey de los pueblos ¿Quién no temerá y no dará gloria a tu nombre? Porque vendrán todas las gentes y se postrarán ante ti, porque tú solo eres santo y tus justas sentencias han quedado manifiestas" (Ap 15, 3-4).

¿Quién es más poderoso que tú, oh Dios; o qué puede existir sin tu fuerza? Tú solo existías antes de toda criatura, que formaste con tu potente palabra. La belleza de las obras de tus manos es fruto del proyecto eterno diseñado por tu entendimiento: tú hablaste y por eso todo fue creado según tu voluntad. Has plasmado al hombre del limo de la tierra y tú, Señor Dios, tú, Yahvé, le has dado la vida con el soplo de tu espíritu, creándolo a imagen y semejanza tuya. En su corazón has grabado la ley eterna y con ella lo has ligado estrechamente a ti, para tu gloria, Señor mío, porque tú lo has creado todo para ti y para su bien, y así has querido que el hombre gozase de tu paz enseñándole a amarte con todo el corazón sobre todas las cosas, y a amar a su prójimo como a sí mismo.

En el día de la prueba, tú, justamente, lo has desprovisto de tus dones, humillándolo con un vestido de piel, mandándolo al exilio, porque se dejó seducir por la envidia de tu antiguo adversario y no cumplió tus mandatos. Por esto, de forma maravillosa tú le prometiste un redentor que vino a nosotros en el tiempo por ti establecido para levantar a la humanidad de su pecado. La palabra divina, efectivamente, se encarnó y de su cuerpo manó la sangre preciosa. Oh Señor Dios de misericordia infinita, nunca habría pensado tu antiguo adversario, que precisamente tú mismo ibas a remediar la gran ruina que él había traído. El amor que nos mostraste a los hombres, es la más maravillosa de todas tus obras.

¡Tú eres amor! Y todos los que te aceptan, se inflaman de tal forma en este mismo amor que los hace permanecer en ti y tú en ellos. ¡Oh amor verdadero, oh amor puro, oh amor eterno, solo en el cual se encuentra la vida! ¡Oh Dios, tú lo has creado todo y aunque has escogido permanecer escondido a los ojos de los hombres, todas las criaturas revelan tu gloria! Todos desean verte, pero, como tú mismo revelaste a tu siervo Moisés, ninguno podrá vivir después de haber visto tu rostro. Solo tú puedes dar a la criatura la gracia de conocerte, pero si no te conoce, solo el hombre es culpable de su ignorancia. Porque ¿cuándo has decidido tú no iluminar al que quiera conocer la verdadera luz que eres tú? ¡Todos pueden conocerte, como te han conocido los santos! ¡Bendita el alma que te conoce! Porque ella encuentra el tesoro preciosísimo y, al reconocer humildemente tu grandeza infinita, reconoce ser nada sobre esta tierra. 

El alma te reconoce santo, santo, santo y con sincero arrepentimiento se deja purificar de sus propias culpas y ser así agradable ante tus ojos. ¡Señor Dios, bendita el alma que te conoce! Ella se une a ti para no separarse nunca de ti por ninguna causa o motivo. El alma que llega a tu conocimiento se separa de todo y de todos para confesar que no depende de cualquier esperanza humana. 

Así efectivamente te reconoció Elías y con gran celo trabajó para proclamarte ante los hombres. Te reconoció la gloriosa Virgen María engrandeciéndote su alma, proclamándote poderoso y santo. Todos los santos te han conocido y han encontrado en ti la vida eterna; te confesaron vivo y verdadero y a Jesucristo venido a la tierra como redentor. Oh Dios, el alma que llega a tu conocimiento y al de Jesucristo, no desea ya más en esta tierra, sino a ti, anhelando como el ciervo sediento las fuentes del agua viva.

Jesucristo es nuestro maestro y nuestro salvador. Que por él y en él sea ofrecido a ti, Dios Padre, todo honor y toda gloria con el Espíritu Santo, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.

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