Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 4 de febrero de 2014

Las distracciones en la oración

 

Santa Teresa de Jesús, en el Castillo Interior, al hablar de los contentos que se pueden experimentar en la oración, insiste en que no somos mejores por sentirlos, ni nuestra oración es menos auténtica cuando no los tenemos. Por eso repite que la verdad de la oración no se manifiesta en qué pensamos o sentimos, sino en cuánto amamos. De hecho, ella está convencida de que puede darse una oración profunda incluso con distracciones, por lo que hace un paréntesis para hablar de ellas.

Entre otras cosas interesantes, dice: «[En la oración] no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho; y así, ocupaos en lo que más os despierte a amar. Quizá no sabemos qué es amar, y no me sorprenderá mucho; porque [el amor] no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios y en procurar no ofenderle en cuanto pudiéremos, y en rogarle que vaya siempre adelante la honra y gloria de su Hijo y el aumento de la Iglesia Católica. Estas son las señales del amor, y no penséis que lo importante es no pensar en otra cosa, ni que va todo perdido cuando en la oración se os va un poco el pensamiento» (4M 1,7).

Desde su experiencia, ella sabe que se puede estar unido a Dios en la oración, aunque haya momentos en los que la imaginación provoque algunas distracciones, que solo desaparecen totalmente en las últimas moradas, cuando el Señor las hace cesar. Por eso no hay que darles demasiada importancia: «Ni la imaginación nos debe quitar la paz ni hemos de dejar la oración cuando nos distraemos porque no podemos controlar los pensamientos» (4M 1,9). 

La solución está en llevar esos pensamientos y distracciones con paciencia, ya que provienen de la debilidad de nuestra naturaleza humana, herida por el pecado: «Lo digo muchas veces, por si acierto alguna vez a daros a entender que [los pensamientos de la imaginación] son cosa de la naturaleza, y no os traigan inquietas y afligidas» (4M 1,13).

Así como no son nuestros pensamientos los que pueden unirnos a Dios, tampoco son nuestras distracciones las que pueden separarnos de Él. Por eso no hay que 
permitir que nos quiten la paz. Perseveremos en nuestra oración con sencillez y humildad, sin dar importancia a las distracciones que puedan surgir.

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