Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 14 de diciembre de 2021

Poesía de Unamuno a san Juan de la Cruz


En 1929, Miguel de Unamuno dedicó un poema a san Juan de la Cruz, al que calificaba como «el más profundo pensador de raza castellana». En sus versos le llama «madrecito», para subrayar su sensibilidad, mientras que llama «padraza» a santa Teresa de Jesús, destacando su fortaleza. 

En sus escritos le dedica muchas alabanzas: «San Juan de la Cruz es hondo, sentido, profundo, austero, elevado»; «el más soberano poeta y el más profundo pensador de raza castellana»; «Cuando la ortodoxia católica no sea sino una curiosidad histórica, san Juan de la Cruz seguirá iluminando las mentes y calentando los corazones».

El poeta comprendió muy bien que santa Teresa de Jesús fue la maestra que guio de la mano a san Juan de la Cruz para introducirlo en la espiritualidad esponsal del Carmelo, en la que son más importantes las virtudes que las penitencias, el amor con que se hacen las cosas que las cosas mismas. 

Por eso, dice que ella es la «padraza» y san Juan el «madrecito». Estas dos palabras no existen en español y, de alguna manera, rompen el lenguaje ordinario para transmitir ideas que están más allá de las palabras.

Todo el mundo sabe que santa Teresa fue fuerte, determinada, valiente, que se enfrentó a todos los prejuicios de su época contra las mujeres y que tenía un «ánimo varonil» y «fuerza más que de varones», en palabras suyas.

Quienes conocen a san Juan de la Cruz perciben su sensibilidad (no solo poética y de estupor ante la hermosura de la creación, también en el cuidado de los enfermos y la atención a los más necesitados). De alguna manera, esos diminutivos (madrecito y su senderito) nos lo recuerdan, ya que tienen una gran carga afectiva.

Con un atrevido juego de palabras, Unamuno hace referencia a la suavidad y dulzura de san Juan de la Cruz y, al mismo tiempo, a su seriedad y valentía: su «sonrisa» es «seria», su «senderito» va cargado de «miseria» y en la «noche oscura» le acompaña una «sonrisa» y una canción. 

De sus poemas dice que son un «canto de cuna» para Dios, algo de una ternura inalcanzable por otras vías.

Unamuno, siempre atormentado por sus dudas de fe, confiesa que la lectura del santo adormecía su razón enfebrecida y le dejaba gozar, al menos por unos momentos, de una paz que su alma necesitaba. Y le daba la esperanza de encontrar un día la paz definitiva, que está más allá de todo razonamiento y de toda conquista, ya que es don de Dios.

Juan de la Cruz, madrecito,
alma de sonrisa seria,
que sigues tu senderito
por tinieblas de miserias,

de la mano suave y fuerte
de tu padraza Teresa,
la que corteja a la muerte;
la vida ¡cómo te pesa!

Marchas por la noche oscura,
te va guiando la brisa.
Te quitas de toda hechura,
te basta con la sonrisa.

De Dios el silencio santo,
colmo de noche sin luna,
vas llenando con tu canto;
para Dios, canto de cuna.

Madrecito de esperanza,
nuestra desesperación
gracias a tu canto alcanza 
a adormecer la razón.

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