Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Beata Josefa Naval


Hoy se celebra la memoria de la carmelita seglar española Josefa Naval (1820-1893). Les ofrezco algunos párrafos del "decreto para la canonización" que recoge el breviario en el oficio de lectura.

Como las parroquias «de alguna manera representan a la Iglesia visible establecida por la tierra», la sierva de Dios tuvo a su parroquia como madre en la fe y en la gracia, y, en cuanto tal, la amó y la sirvió con humildad y espíritu de sacrificio. 

Por ello, mostraba sincera veneración a su párroco y se confió a su dirección espiritual; atendía a la confección, conservación y limpieza de los ornamentos litúrgicos y al adorno de los altares; todos los días acudía a la iglesia parroquial para participar en el sacrificio eucarístico, pero se distinguió, sobre todo, por su apostolado inteligente y fecundo, que siempre desarrolló de acuerdo con sus pastores, a los cuales profesaba absoluto respeto y obediencia.

Convencida como estaba de que los cristianos deben ser sal de la tierra y luz del mundo, no se contentó con practicar las virtudes en su casa, sino que quiso cumplir plenamente el mandato del Señor, que dijo: Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo; pues buscaba todas las oportunidades para anunciar a Cristo de palabra y con las obras, tanto a los no creyentes, para atraerlos a la fe, como a los fieles, para instruirlos, confirmarlos en la misma y estimularlos a un mayor fervor de vida. 

Con esta intención enseñaba a los pobres, aconsejaba a cuantos acudían a ella, restauraba la paz en las familias desunidas, para las madres organizaba en su casa reuniones con el fin de ayudarlas en su formación cristiana, encaminaba de nuevo a la virtud a las mujeres que se habían apartado del recto camino y amonestaba con prudencia a los pecadores. 

Pero la obra en la que centraba, sobre todo, sus cuidados y energías fue la educación humana y religiosa de las jóvenes, para quienes abrió en su casa una escuela gratuita de bordado, en el que era muy entendida. Aquel taller se convirtió en un centro de convivencia fraterna, oración, alabanza a Dios y explicación y profundización de la Sagrada Escritura y de las verdades eternas.

Con afecto maternal la sierva de Dios fue para sus discípulas una verdadera maestra de la vida, modelo de fervoroso amor a Dios, lámpara que daba luz y calor. Les dio innumerables ejemplos de fe viva y comunicativa, de caridad diligente y alegre sumisión a la voluntad de Dios, y de los superiores, así como también de máxima solicitud por la salvación de las almas, prudencia singular, práctica constante de la humildad, pobreza, silencio y paciencia en las contrariedades y dificultades. 

Era notorio el fervor con que cultivaba la vida interior, la oración, la meditación, la aceptación de las molestias y su devoción a la eucaristía, a la Virgen María y a los santos. De este modo, contribuyó eficazmente la sierva de Dios al incremento religioso de su parroquia.

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