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lunes, 15 de enero de 2024

Los orígenes del Credo, el Credo de los apóstoles y el Credo niceno-constantinopolitano



Los cristianos conservamos dos formulaciones principales del Credo: una más breve, que llamamos «Credo de los apóstoles» y otra más larga, que normalmente recitamos los domingos en misa, y llamamos «Credo niceno-constantinopolitano». Pero, si buscamos en la Biblia, no encontraremos ninguna de las dos versiones. Entonces, ¿cuál es su origen y de dónde viene su importancia?

El «Credo de los apóstoles» surgió en la Iglesia primitiva unido al rito del bautismo. A quien quería ser bautizado, después de formarle en los contenidos de la doctrina cristiana, se le hacían estas tres preguntas:

- «¿Crees en Dios Padre?».
- «¿Crees en nuestro Señor Jesucristo?».
- «¿Crees en el Espíritu Santo?».

El catecúmeno (así se llamaba al que se preparaba para recibir el bautismo) respondía por tres veces: «Sí, creo». Entonces era sumergido en el agua y recibía el bautismo «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19).

Pronto, esas tres preguntas se completaron, formando un resumen de la fe cristiana, y quedaron así:

- «¿Crees en Dios, que es Padre todopoderoso, y ha creado el cielo y de la tierra?».
- «¿Crees en Jesucristo, Hijo de Dios, que se encarnó en el vientre de la Virgen María, murió por nuestros pecados, resucitó de entre los muertos y volverá con poder y gloria para juzgar a los vivos y a los muertos?».
- «¿Crees en el Espíritu Santo, que actúa en los sacramentos de la santa Iglesia católica y un día nos resucitará de la muerte?».

En adelante, cuando los cristianos querían proclamar su fe solo tenían que recordar lo que habían confesado en su bautismo. Allí, en pocas palabras, están resumidos los principales contenidos de la doctrina cristiana. Pero no debemos olvidar que, al hacer referencia al contexto bautismal, es una perenne llamada a la conversión, a abandonar las falsas confianzas y a construir la propia existencia sobre el único cimiento estable: Dios Trinidad. Por eso, las tres preguntas sobre la fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu se hacían después de renunciar a satanás, a sus obras y a sus seducciones.

Con el pasar del tiempo surgió la tradición de que las doce frases que componen el Credo habían sido compuestas por los doce apóstoles y, al ponerlas juntas, quedaron así:

1. Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.
2. Creo en Jesucristo, el Hijo único de Dios.
3. Creo que Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo y que nació de la Virgen María.
4. Creo que Jesús fue crucificado, muerto y sepultado, y que descendió a los infiernos.
5. Creo que Jesús resucitó de entre los muertos al tercer día.
6. Creo que Jesús subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre.
7. Creo que Jesús volverá para juzgar a los vivos y a los muertos.
8. Creo en el Espíritu Santo.
9. Creo en la Iglesia católica y en la comunión de los Santos.
10. Creo en el perdón de los pecados.
11. Creo en la resurrección de los muertos.
12. Creo en la vida eterna.

La formulación final del «Credo de los apóstoles» es esta:

- Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.
- Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
- Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los Santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

«El Símbolo de los apóstoles, llamado así porque es considerado con justicia como el resumen fiel de la fe de los apóstoles, es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia de Roma. Su gran autoridad le viene de este hecho» (Catecismo, 194).


El Credo «largo», que normalmente se proclama en la celebración de la misa, se llama «Credo niceno-constantinopolitano» porque fue formulado durante los concilios ecuménicos de Nicea (año 325) y de Constantinopla (año 381), como respuesta de los creyentes a las primeras herejías, que falsificaban la fe cristiana. 

Algunos no aceptaban la fe de la Iglesia en un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Querían explicar el misterio de Dios con sus propias ideas, adaptándolo a las escuelas filosóficas de la época. Por eso, unos decían que el Hijo no es verdaderamente Dios; otros, que la encarnación fue solo una apariencia; otros, que el Padre y el Hijo y el Espíritu son solo tres maneras de manifestarse el único Dios… Entonces se reunieron los obispos de la Iglesia (esas reuniones generales fueron llamadas «concilios») y reafirmaron la fe que nos viene desde los apóstoles, resumiéndola en el Credo. 

El Credo «niceno-constantinopolitano» es muy importante porque fue escrito cuando todos los cristianos estaban unidos, por lo que es la confesión de fe que compartimos los católicos con los ortodoxos y los protestantes. El concilio de Calcedonia (año 451) lo ratificó y lo propuso como la base común de la fe de todos los cristianos. Así ha permanecido hasta el presente.

La formulación definitiva del «Credo niceno-constantinopolitano» dice así:

- Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.
- Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre. Y por nuestra causa fue crucificado en tiempo de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
- Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre [y del Hijo], que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.
- Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. 
- Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. 
- Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.

«El Símbolo de Nicea-Constantinopla debe su gran autoridad al hecho de que es fruto de los dos primeros concilios ecuménicos (años 325 y 381). Sigue siendo todavía hoy el símbolo común a todas las grandes Iglesias de Oriente y Occidente» (Catecismo, 195).

Notemos que al hablar de las dos formulaciones del Credo, el Catecismo las llama «symbolos», que en griego significa «poner juntos, reunir» y que es lo contrario del «diavolos», que es «el que separa, el que causa división». El Credo reúne las verdades fundamentales de nuestra fe y reúne a los creyentes. Las divisiones y enfrentamientos entre los fieles provienen de las seducciones del diablo y de nuestros pecados.

Tomado de mi libro "La alegría de creer. El Credo explicado con palabras sencillas", editorial Monte carmelo, Burgos, ISBN: 978-84-8353-865-4 (páginas 41-46).

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