Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 9 de septiembre de 2012

Los milagros de Jesús

Los evangelios recogen numerosas narraciones de milagros (curaciones de enfermedades, expulsiones de demonios, resurrecciones…), pero solo aparece la palabra teras (milagro, prodigio) una vez, para descalificarla (Jn 4,48). A lo que nosotros llamamos «milagro» los evangelistas lo llaman dynamis (acto de poder) y san Juan semeion (signo) o, cuando habla el mismo Jesús, ergon (obra). Se entiende su significado solo desde la fe y a la luz de la palabra. Les propongo una breve meditación sobre "las obras de Jesús a la luz de algunos gestos portentosos de los profetas".

Las obras de Jesús. En principio, Jesús no está a favor de los milagros, incluso acusa a quienes los buscan (Jn 4,48) y a quienes se quedan en su materialidad, sin comprender su significado (Jn 6,26). Rechaza la tentación de transformar las piedras en pan (Mt 4,1-11). No concede a los fariseos la señal que piden (Mc 8,11-12) y afirma que su predicación es suficiente señal, como lo fue la de Jonás para los ninivitas (Lc 11,29-32). Suele pedir a los beneficiarios y a los testigos que guarden silencio sobre el acontecimiento porque sus obras están en función de su misión y de su mensaje. Al margen de su significado religioso no tienen sentido. De hecho, Herodes y los líderes judíos los aceptan, pero no se convierten ante ellos. Durante su juicio, Herodes le pedirá un milagro como entretenimiento (cf. Lc 23,8). Sus enemigos afirman que los realiza con el poder del mismo demonio (cf. Mc 3,22). Y Jesús dice que las ciudades Betsaida y Corazaín han sido testigos de muchos milagros pero sus vecinos no se convirtieron (cf. Mt 11,21). Más tarde, el talmud dirá que Jesús fue ajusticiado porque extraviaba a sus contemporáneos con la magia (lo que significa que aceptaban sus milagros, aunque rechazaban que los hiciera con el poder de Dios). En definitiva, los milagros son, al mismo tiempo, signos reveladores de la identidad de Jesús y miden la fe de los hombres.

Los signos proféticos. Los profetas de Israel acompañaron su predicación con gestos simbólicos (a veces portentosos): los «ôt», que realizaban anticipadamente lo que anunciaban (cf. 1Re 11,29-39; Jer 19,10-11; etc.). Las «obras» de Jesús están en la línea del actuar profético: son signos que vienen de Dios y muestran que Dios actúa en Él: «Nadie puede hacer las obras que tú haces si Dios no está con Él» (Jn 3,2); «Las obras que yo hago con la fuerza del Padre dan testimonio de mí» (Jn 10,25). Normalmente, los evangelistas acompañan la narración de milagros con las explicaciones correspondientes: Jesús multiplica el pan para enseñarnos que Él es el Pan de la vida, da vista a los ciegos para que comprendamos que Él es la Luz del mundo, resucita a Lázaro para hacernos entender que Él es la Vida... En directa dependencia de las obras de Jesús, se hallan los sacramentos, que son signos compuestos de palabras y acciones, instituidos por Cristo, que cumplen lo que anuncian.

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