Jesús no condena las tradiciones, pero las coloca en su justo lugar. Él nos enseña que no nos salva el cumplimiento de las costumbres y tradiciones, por muy buenas que sean, sino la fe en Dios y el deseo de cumplir su voluntad (aunque no siempre lo consigamos).
Han pasado 2000 años desde entonces y a veces seguimos confundiendo la fe con las costumbres y las tradiciones. Estas últimas, por muy buenas que sean, nunca deben desplazar a aquella. Cada pueblo y cada grupo humano tiene sus tradiciones (la mayoría son muy dignas de respeto, aunque algunas no lo sean), pero nunca nos salvará la repetición de unos ritos. El único salvador del mundo ayer, hoy y siempre es Jesucristo. A él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
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