Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 8 de julio de 2012

Ejercicios espirituales con religiosas

Acabo de terminar una tanda de Ejercicios Espirituales con veinte religiosas carmelitas misioneras. Solo una es italiana. Las demás ya habían abandonado su casa y su patria antes de que yo naciera. Confiando en Dios, se pusieron en camino para servir a personas desconocidas en clínicas, escuelas, parroquias y centros misioneros. Muchos años después siguen con el mismo deseo de servir sin esperar nada a cambio. Alguna es muy recordada porque ha ocupado cargos de gobierno o ha tenido gran facilidad para aprender idiomas. Otras han pasado muchos años realizando trabajos humildes y casi nadie se acuerda de aquella religiosa cocinera o portera o encargada de la catequesis de niños.

Todas coinciden en su acción de gracias a Dios por los años vividos en su servicio y se confiesan profundamente felices (aunque no les han faltado dificultades de todo tipo a lo largo de los años). La mayoría está para pocos trotes, pero siguen dispuestas a ir donde la gloria de Dios las llame. Ligeras de equipaje, pero llenas de amor a Cristo y a su Iglesia. Yo solo puedo dar gracias a Dios por los días que he compartido con ellas. El Señor las llene de su gracia y de su paz. Amén.

Añado una simpática poesía de Antonio Machado, en la que habla de una religiosa, esposa de la Cruz, transformada en luz para quien la encuentra.

   Yo, para todo viaje
   —siempre sobre la madera
   de mi vagón de tercera—,
   voy ligero de equipaje.


   Si es de noche, porque no
   acostumbro a dormir yo,
   y de día, por mirar
   los arbolitos pasar.
   Yo nunca duermo en el tren,
   y, sin embargo, voy bien.

   ¡Este placer de alejarse!
   Londres, Madrid, Ponferrada,
   tan lindos... para marcharse.
   Lo molesto es la llegada.

   Luego, el tren, al caminar,
   siempre nos hace soñar;
   y casi, casi olvidamos
   el jamelgo que montamos.
   ¡Oh, el pollino
   que sabe bien el camino!
   ¿Dónde estamos?
   ¿Dónde todos nos bajamos?

   ¡Frente a mí va una monjita
   tan bonita!
   Tiene esa expresión serena
   que a la pena
   da una esperanza infinita.

   Y yo pienso: Tú eres buena;
   porque diste tus amores
   a Jesús; porque no quieres
   ser madre de pecadores.
   Mas tú eres
   maternal,
   bendita entre las mujeres,
   madrecita virginal.

   Algo en tu rostro es divino
   bajo tus cofias de lino.
   Tus mejillas
   —esas rosas amarillas—
   fueron rosadas, y, luego,
   ardió en tus entrañas fuego;
   y hoy, esposa de la Cruz,
   ya eres luz, y solo luz...

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