Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 20 de septiembre de 2013

Por qué Jesús eligió 12 apóstoles


Ayer ya recordamos el nombre de los doce y explicamos lo referente a su elección. Hoy explicaremos por qué Jesús eligió a doce y no otro número.


En principio, el doce es un número cósmico, que hace referencia a los signos del zodíaco, a los meses del año, por lo que tiene un sentido de plenitud, de totalidad. 

Pero hay un motivo más importante: en los orígenes de Israel se encuentran los doce hijos de Jacob, que dieron origen a las doce tribus. 

Israel vivió su máximo esplendor en tiempos del rey David. Él extendió sus fronteras (como nunca antes ni después, a lo largo de toda su historia) y unió las doce tribus en un reino con capital en Jerusalén. 

Pronto el reino se dividió en dos. Ni los reinos ni las tribus volvieron a unirse nunca más (incluso se hicieron la guerra entre ellos). 

Con el tiempo, desapareció el reino del norte (el 722 a.C.) y con él las nueve tribus y media que lo componían, por lo que solo sobrevivieron las dos tribus y media del sur (Judá, Benjamín y Leví) y así es hasta el presente. 

Los judíos esperaban que, cuando llegara el mesías, restablecería las doce tribus y vivirían finalmente unidas (cf. Ez 33-48). Por eso hablan de «nuevo» pueblo y de «nueva» alianza. Con su gesto, Jesús indica que eso ya ha llegado.

Los doce expresan de manera visible lo que Jesús realiza: el establecimiento del reino de Dios y la reunión de las tribus de Israel para formar la comunidad escatológica de la salvación. Hacen presente al nuevo pueblo de Dios y la nueva alianza. Se realiza anticipadamente lo que se anuncia para el futuro. 

Aquí se comprende el primer envío del Señor: «No toméis el camino de los gentiles, ni entréis en ciudades de samaritanos; dirigíos a las ovejas perdidas de Israel» (Mt 10,5ss). Las ovejas perdidas son imagen del pueblo, rebaño roto y extraviado (Ez 34). La reunión de las ovejas de Israel, maltratadas por pastores inicuos, se está realizando tal como anunció Ezequiel, como primer paso, para preparar la misión universal de la Iglesia.

Entre los doce, Simón Pedro ocupa un lugar especial. De hecho, en todas las listas aparece el primero. Jesús le confió una misión única: la de confirmar en la fe a sus hermanos y ser el signo de su unidad (cf. Lc 22,32). Por eso, en la Iglesia primitiva tendrá un puesto preeminente, como se puede ver en el libro de los Hechos de los Apóstoles.

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